Economía del comportamiento e ingeniería. Alianzas que mejoran la seguridad vial
Behavioral Economics and Engineering: Alliances that improve road safety
Entre 2010 y 2019, más de la mitad de los países de América Latina y el Caribe registraron un aumento de sus ya altas tasas de muertes por accidentes de tránsito. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, en promedio la región pasó en ese período de 15,68 a 17,66 fallecidos por cada cien mil habitantes, siendo superada únicamente por África. En comparación, la región de Europa y Asia Central bajó de una tasa de 10,49 a otra de 7,49 en ese lapso, y solo registró crecimiento en tres países.
En números absolutos, y continuando con datos de la OMS, en Latinoamérica fallecieron en 2021 por esta causa 144.090 personas, el 12% del total mundial. Es más que evidente que las medidas que se vienen adoptando en estos países, algunas de ellas inspiradas en soluciones que han dado buenos resultados en otros lugares del mundo, no son suficientes. Poner el acento únicamente en la regulación es lo más inmediato y, probablemente, también lo menos costoso en términos económicos, pero no siempre resulta lo más efectivo.
Las leyes se convierten en papel mojado si no se cumplen, y el elemento disuasorio que introduce el “miedo a la sanción” queda diluido cuando se constata la baja probabilidad que existe de ser sancionado.
La construcción de un sistema de transporte por carretera seguro, que incorpore tecnologías inteligentes desarrolladas con el objetivo principal de evitar que los errores humanos acaben desembocando en accidentes de gravedad, es la opción que podría dar mejores resultados en un plazo medio-largo. Pero también es la que requiere las líneas de inversión más alejadas de la realidad de la economía de la región. Y es en el justo equilibrio donde reside, también en este caso, la virtud. No la solución definitiva, ni tampoco la más rápida, pero sí probablemente la mejor en el escenario socio-político y financiero de los países de Latinoamérica.
Diversos estudios al respecto han puesto el acento en lo que se conoce como la economía conductual o del comportamiento, la cual ha tomado fuerza como un instrumento para crear políticas públicas que se adapten a la manera de pensar y tomar decisiones de los ciudadanos. Esta rama de la economía busca comprender el raciocinio de las personas de una manera más “humana” para crear modelos económicos que se asemejen con mayor certeza a la realidad, entendiendo que las personas actúan de una u otra manera (no siempre racional) en base a diferentes “sesgos”.
Informes desarrollados por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) revelan que la aplicación de modelos de economía del comportamiento puede mejorar la seguridad vial con intervenciones sencillas y de bajo coste.
Richard Thaler, Premio Nobel de Economía, detalla uno de los ejemplos más conocidos. En su libro Nudge, explica cómo en Chicago se pintaron marcas viales horizontales en la calzada, justo antes de las pronunciadas curvas de la vía Lake Shore, para crear la sensación de velocidad e incitar así a los conductores a desacelerar.
Asimismo, por citar otros casos, empresas constructoras españolas vienen realizando experimentos basados en la economía del comportamiento, tales como el empleo de gemelos digitales para observar las reacciones de los conductores ante todo tipo de cambios en la carretera: elementos de diseño alternativos, diferentes mensajes y señales, etc. Gracias a ello, están logrando mejorar sus infraestructuras, haciéndolas más seguras y sostenibles.
Un ejemplo más, éste con grandes dosis de imaginación. En 2014, la empresa alemana Smart instaló un “semáforo bailarín” en una intersección en Lisboa, Portugal, que proyectaba las imágenes animadas de peatones bailando al son de la música en tiempo real. Las imágenes y la música resultaron tan eficaces contra el aburrimiento de esperar el cambio de luz que la empresa afirmó haber conseguido reducir el cruce en rojo en un 81%.
Sencillas e ingeniosas medidas con resultados excelentes que el sector viario debería también contemplar. Sobre todo, cuando están en juego tantas vidas.
Between 2010 and 2019, more than half of the countries in Latin America and the Caribbean recorded an increase in their high traffic accident mortality rates. According to data from the World Health Organization (WHO), the region's average rate rose from 15.68 to 17.66 deaths per 100,000 inhabitants during this period, surpassed only by Africa. In comparison, the Europe and Central Asia region reduced its rate from 10.49 to 7.49 in the same period, with an increase recorded in only three countries.
In absolute numbers, according with WHO data, 144,090 people died from road accidents in Latin America in 2021, accounting for 12% of the world total. It is evident that the measures implemented in these countries—some inspired by successful solutions from other parts of the world—are not sufficient. Focusing solely on regulation is the most immediate and probably the least expensive approach in economic terms, but it is not always the most effective.
Laws become meaningless if they are not enforced, and the deterrent effect of the "fear of punishment" diminishes when the probability of being sanctioned is low.
Building a safe road transport system that incorporates intelligent technologies designed primarily to prevent human errors from leading to serious accidents is a solution that could yield the best results in the medium to long term. However, it also requires investments far beyond the economic reality of the region. The key lies in achieving the right balance—neither a definitive nor a rapid solution, but likely the most viable within the socio-political and financial context of Latin American countries.
Several studies have emphasized the role of behavioral economics, which has gained traction as a tool for designing public policies that align with how citizens think and make decisions. This branch of economics seeks to understand human reasoning in a more "realistic" way to create economic models reflecting reality, acknowledging that people do not always act rationally but are influenced by different cognitive biases.
Reports from the Inter-American Development Bank (IDB) indicate that applying behavioral economics models can improve road safety through simple, low-cost interventions.
Richard Thaler, Nobel Laureate in Economics, describes one of the most well-known examples. In his book Nudge, he explains how horizontal road markings were painted on Chicago’s Lake Shore Drive just before sharp curves to create an illusion of speed, prompting drivers to slow down.
Similarly, Spanish construction companies have been conducting experiments based on behavioral economics, such as using digital twins to observe drivers' reactions to various road changes—alternative design elements, different messages, and signage. This has allowed them to improve infrastructure, making it safer and more sustainable.
Another example, this time with a touch of creativity: In 2014, the German company Smart installed a "dancing traffic light" at an intersection in Lisbon, Portugal. It projected real-time animated images of pedestrians dancing to music. The combination of visuals and sound proved so effective in reducing boredom while waiting for the light to change that the company reported an 81% decrease in jaywalking.
Simple yet ingenious measures with excellent results—ones that the road sector should also consider, especially when so many lives are at stake.



